Fue un lunes de agosto, a las 23.42 que decidí convertirme en un antisistema. Me dolía el cuerpo, no podía soportar el calor ni la triste rutina en que se había convertido mi vida. Y es que mi existencia transcurría entre el vagón del metro y la oficina gélida y desalmada. Me sentía tan abatido ante las obligaciones del vivir que supe que tenía que hacer algo fuera de lo habitual: un cambio radical, autorealizarme y conseguir una meta personal – esto no es mío, lo leí en un suplemento de diario de los domingos-. Y la revolución de mi mismo sólo la podía llevar a cabo solo – más que nada porque no conocía a nadie en esta ciudad de pasajeros de metro. Sólo me saludaba el del quiosco- .
Sería un antisistema. Jonas, el antisistema. La palabra la oí por vez primera en la tele. Un periodista retransmitía una manifestación de unos jóvenes con el pelo largo o crestas y ropa negra y dijo de ellos que eran unos antisistema. Yo no entendí muy bien el significado del término porque me pareció que los que salían por la tele no hacían nada de extraordinario, nada más allá de lo que hacemos muchos todos los días: se quejaban. La diferencia es que ellos lo hacían en masa y también pintaban paredes y quemaban papeleras.
Yo me quejo muchas veces, casi a todas horas, pero me quejo para dentro y claro, al final de la jornada estoy fatal y por eso me duele el cuerpo. Me cabreo las entrañas y luego no me soporto. Y claro, tenía que hacer algo para acabar con ese malestar rutinario: sería un antisistema. Una transformación que, así, de primeras, se me hacía bastante cuesta arriba porque yo tengo un problema y es que de naturaleza soy algo vago. Si ya me cansa caminar, imaginaros lo que me supone convertirme en Jonas, el antisistema. En ello estoy y por eso inicio este diario de a bordo, de a bordo de la vida.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
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1 comentario:
Je, guay. Me parece que me los leeré todos poco a poco :)
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